jueves, 30 de junio de 2011

Audiencia del 29 de junio

Precisiones sobre cómo operaba el D2

El testimonio de Alfredo Gómez, que trasladó el cuerpo de Urondo en el “morguero”, agregó información sobre el centro clandestino de detención. También declaró Luis Toledo, cercano al desaparecido Salvador Moyano.

Alfredo Gómez Centeno
Retirado de la policía provincial, con años de servicio en el Departamento de Inteligencia 2, reconoció entre los imputados a Oyarzábal, Smaha, Lucero y Rodríguez, jefe directo suyo en la sección Archivo y Antecedentes. A excepción de dos oportunidades, dijo no haber participado en “procedimientos antisubversivos”.

El 17 de junio de 1.976 a las 22:15 figura el nombre de Gómez en la constancia del traslado del cuerpo de Urondo a la morgue. “¿Sería corpulento, relleno, Paco Urondo?”, repreguntó Gómez al Tribunal, “entonces puede ser”. Y contó: “Un día llegué a Investigaciones, abajo había un cadáver tapado. Por orden de Oyarzábal o Rodríguez, entre tres tuvimos que llevarlo al forense y después en rastrojero hasta la morgue. Al otro día me entero del enfrentamiento por los diarios, lo relaciono aunque nadie me dijo que era él”.
Para Gómez, la disponibilidad sobre el cadáver sale del Comando de Montaña (“por estricto mando del Ejército”) y en el D2 se completa la ficha con su necropsia como NN con firma del doctor Corradi y los nombres de quienes llevaron el cuerpo a la morgue. “La ficha tiene que haberla elaborado en el D2 Sánchez Camargo”.
“A veces patrullábamos de noche con la brigada de investigaciones”, dijo Gómez en relación a la intervención del personal “de oficina” en los procedimientos. Recordó haber estado de consigna una noche con el cabo Pablo Gutiérrez, en una casa allanada en calle Uruguay cerca de Pellegrini, Guaymallén. Contaban con el apoyo de un peugeot 504 azul apostado cerca “en caso de que alguien llegara a hacer contacto, para detenerlo inmediatamente”. “Nos dieron la llave, estaba todo revuelto, había ropa de niños, era una noche fría”, precisó Gómez.
En otra oportunidad “trasladé a la piba Leda del D2 al Tribunal militar del Comando de Montaña”. También vio en el D2 “durante días a dos niñas preciosas, rubiecitas, de unos cinco años, hasta que nos dijeron que se las llevaban los abuelos”. “De la entrega de los niños se ocupaban los jefes”, agregó.

El policía Gómez (que había pertenecido a la JP de Luján, motivo de su ingreso al D2 para reunir información de la sección Políticas) hizo un reconocimiento de planos del D2 y detalló las dependencias y el área de calabozos. Si bien dijo “nunca haber recibido directivas por la lucha contra la subversión”, en la Dirección de Ficheros y Archivo, “se clasificaban notas e información política, cultural, gremial, gubernamental y sobre operativos antisubversivos de todo el país”. Un sistema al servicio de la represión, donde “había informantes y tapados o infiltrados que usaban apodos, sólo el jefe conocía los nombres”.
“Yo estaba muy informado, leía todos los diarios”, dijo Gómez sobre su función. Por eso supo que desaparecían personas, pero negó conocer que en Mendoza a los detenidos en el D2 se les aplicaran torturas.
Interrogado sobre si Inteligencia operaba con otras fuerzas, puntualizó: “al revés, ellos trabajaban con nosotros: agentes de la SIDE, Ejército, Policía Federal entraban como si nada, se llevaban legajos y prontuarios. Entre ellos, Cardello de la Federal y Jofré de Fuerza Aérea”.
Gómez dio nombres conocidos del personal del D2: Bustos, González, Siniscalchi y los médicos Bajuk y Prieto. Preguntado sobre quién era el que tenía acento porteño dijo que el ruso Usinger, pero que fue dado de baja por mala conducta.
Las particulares lecciones de impunidad y terrorismo de los máximos responsables del accionar policial en la represión fueron aportadas por Gómez. Según él:
Santuccione, Jefe de la Policía de Mendoza, afirmaba que los elementos secuestrados en los procedimientos eran botín de guerra que todos podían llevarse. Así, los vehículos secuestrados eran utilizados por personal del D2. Rodríguez por ejemplo, su jefe directo, manejaba un peugeot 504 rojo.
En cambio, Sánchez Camargo, Jefe del D2, enseñó a Gómez “que teníamos que luchar contra la subversión, no ser ladrones”. Al jefe lo describió como “un sádico que no podía estar sin torturar a alguien”. Algunos oficiales estaban descontentos por este proceder.

Luis Jorge Toledo
Fue citado como testigo de la causa Moyano. Sin embargo, por sus vivencias como militante y por su trágica experiencia como preso político, su testimonio resultó útil  para la reconfiguración del contexto en el cual se dio la aplicación del terrorismo de Estado durante la última dictadura cívico militar.
Toledo relató que al igual que Salvador Moyano tuvo una precoz inserción en la militancia política, ambos en sus años de secundaria formaron parte de la organización de agrupaciones estudiantiles. Estaban unidos por lazos familiares, Moyano era su tío aunque por la edad de ambos más bien mantenían una cercana amistad.
Los años y las inclinaciones políticas hicieron que tomaran caminos distintos. Toledo hizo su vuelco hacia la Juventud Peronista, Moyano movido por “sentimientos nacionalistas” optó por fracciones más “duras” del peronismo. Esos mismos sentires lo llevaron a formarse como policía, pero su paso por la fuerza fue muy fugaz.
A pesar de las diferencias ideológicas conservaron cierta cercanía, el día en que las fuerzas de seguridad se llevaron a su padre, contó Toledo, fue a parar a la casa de Moyano. Aquella fue la última vez que vio a su tío, transcurrían las primeras horas del asalto al poder en 1.976. También recordó que en los meses previos al golpe, Pancho (apodo de Moyano) le pidió que lo acercara a la Juventud Peronista y lo llevó con Daniel Rabanal. Asimismo sostiene que en el momento de la detención Moyano no formaba parte de la agrupación Montoneros.
Jorge Luis Toledo fue detenido el 29 de marzo de 1.976 tras un operativo en que se lo llevaron al Liceo Militar y luego trasladado a la Compañía de Comunicaciones de Montaña VIII. En esta dependencia, relató el testigo, el Teniente Dardo Miño los recibió rodeado de metralletas apostadas y les advirtió que sólo esperaba algún tipo de “excusa” para “matarlos a todos”.
“Las torturas en la Compañía eran frecuentes para los presos políticos”, recordó Toledo. El día que fue llevado a la sala de picana pudo ver en el lugar al propio Tte. Miño, a un agente de apellido Pagela y a otra persona que tenía acento porteño y estaba vestido de manera “estrafalaria” con un “afro-look”. Estas dos últimas personas fueron los encargados de aplicar los tormentos, aseveró. En septiembre fue trasladado a Buenos Aires donde estuvo hasta febrero de 1.980 en la Unidad Penitenciaria nº 9 de La Plata. Al momento de su detención Toledo tenía sólo 19 años.
Relató también que durante su estancia fue visitado por el juez Guzzo quien llegó acompañado por el fiscal en ese entonces, Otilio Roque Romano. Ninguno de los dos tomó datos sobre sus quejas de haber sido sometido a interrogatorio con los ojos vendados y obligado bajo esa condición a firmar un acta declaratoria. Jorge Toledo estaba al tanto de la connivencia de la justicia, Romano le había sugerido a su madre que lo conveniente era que él se declarara culpable de los cargos que se le imputaban. Recibió la libertad con la orden de abandonar el país. Volvió a la Argentina hace apenas un mes.

A primera hora del debate declaró Juan Domingo Brito Fernández, citado solamente para aclarar una confusión de homónimos.

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