sábado, 27 de octubre de 2012

085-M: Desaparición de Rodolfo Vera. 075-M: Desaparición de Roberto Blanco. Pedidos de compulsa penal a Oscar Simone y Eduardo Smaha

Memorias del subsuelo
26-10-2012 | Susana De Miguel completó el panorama de la persecución sufrida por militantes del Partido Comunista Marxista Leninista. Jorge Becerra -su compañero- conoció las mazmorras del D2 y de otros centros clandestinos del país. Mario Fioretti -también detenido en Investigaciones de la Policía de Mendoza- narró el horror antes del golpe. El periodista Rodrigo Sepúlveda ofreció su análisis de la estructura del centro clandestino y complicó la situación de Armando Fernández en la causa por la desaparición de Roberto Blanco.
Para sobrevivir
“Era práctica en Mendoza que buscaran a los hijos de las personas perseguidas para lograr que sus padres hablen. Sabían mis datos, buscaban más al niño que a mí. Una de las estrategias era negar que estuviéramos casados e incluso que Jorge fuera el padre de Federico”. Fragmentos del testimonio brindado por Susana De Miguel -por videoconferencia desde Estocolmo, Suecia, donde se exilió en 1978- en el marco de la investigación por la desaparición de Rodolfo Vera. Jorge es Becerra, su pareja entonces y Federico es el hijo de ambos, un bebé en 1976. El 22 de diciembre de 1976, Ciro Jorge Becerra fue detenido a cuadras de su domicilio en Godoy Cruz, Vera logró escapar. El testimonio de De Miguel estuvo atravesado por estas estrategias de supervivencia a la que los perseguidos políticos -en su caso y el de su grupo, el PCML- eran empujados en todo el país: en el itinerario por el sur “la situación de Federico era peligrosa, no teníamos los documentos, en un colectivo rumbo a Mendoza, en una parada de la policía hice llorar al niño para que no le pidieran el DNI. Tratábamos de saber lo menos posible de los otros en caso de que nos pasara algo, dejar pasar meses antes de volver a una casa allanada”, añadió por su experiencia.

Susana y Jorge se conocieron en 1975 en La Plata, militando en el Frente Antifascista Democrático, encolumnado al PCML. Huyeron a Mendoza en mayo de 1976 porque a Susana le bajaron su contrato en el Ministerio de Economía de Buenos Aires -empleo que le consiguió Alberto Jamilis- y Jorge Becerra fue marcado en su cargo en el Museo de Ciencias Naturales por un empleado que lo reconoció cercano a Achem y Miguel, dos representantes de la Universidad de La Plata asesinados por la Triple A. En Mendoza “seguimos vinculados al Partido, necesitaban gente con más experiencia, Jorge participaba más, yo estaba embarazada y sin trabajo. En agosto nació Federico. Jorge trabajaba en una tintorería cuando lo chocaron en la bicicleta y le enyesaron la pierna, una semana después lo secuestraron. A principios de diciembre, la desaparición de una amiga en La Plata -Graciela Lezana- había encendido la alarma”.

Becerra -enyesado- y Vera estacionaron la camioneta ese día frente a la casa de un comisario con custodia a pocas cuadras de su domicilio. Vieron un Torino blanco, evidentemente de un policía en contacto con los vecinos, y pensaron que Susana y el niño estaban en peligro. Vera bajó del vehículo, preguntó a los vecinos, no encontró a nadie, volvió, vio a Jorge rodeado con las manos en alto y se fue. Por comentarios de Jorge y de su madre, la testigo supo que él fue trasladado a los subsuelos del D2. Lo primero que hicieron fue abrirle el yeso para aplicarle picana sobre las heridas. Su ropa llegó a manos de la madre, completamente ensangrentada. Le atribuyeron como motivo de la detención poseer volantes con material político de Montoneros en la camioneta de su amigo.

El padre de Jorge ayudó a Susana “a ponerme a salvo con el bebé en un alojamiento, a partir de ahí me mantuve en contacto con Elsi, mi cuñada. La noche de fin de año estuve escondida a oscuras en la casa de Carzolio”. Luego, la larga huida: “Con Fonseca y Elsi en ómnibus a San Martín de los Andes un mes y medio, después en Centenario, en casa de la familia de Fonseca. Volvieron a buscarnos -Fonseca y Carzolio-, de nuevo a Mendoza. En casa de Pepe Alcaráz y Antonia Campos unas semanas; y en casa de Gladys Castro y Walter Domínguez, otras tantas; hasta abril de 1977, cuando recibimos la visita de tres civiles de la Federal a controlar la situación, hacían bromas, uno daba consejos sobre los bebés, nos interrogaron separados, llevaban dos valijas, una estaba llena de armas, la otra tenía papeles”. Semanas más tarde Susana escapa a Buenos Aires donde el cerco se agudiza: “a partir de los golpes del 6 de diciembre en distintos lados -Mendoza, La Plata, las playas, Gesell, Mar del Plata-; vivíamos de hotel en hotel, en alojamientos de dirigentes del Partido”.

La testigo aportó un detallado recuerdo de sus compañeros y compañeras: “Cuqui Carzolio y Nelly Tissone eran platenses, tenían dos hijos, él trabajaba en la mimbrería, Rodolfo Vera también subsistía del taller, ahí hicieron el moisés para Federico. Alberto Jamilis era muy inteligente, una biblioteca hablando, muy agradable. A Elsi la vi por última vez en una cita concertada en Buenos Aires, en una plaza. Por dos muchachos que aparecieron una noche de enero de 1978 donde yo estaba clandestina -vestidos de mujer, prófugos de un golpe contra el departamento que ocupaban junto a Elsi- imaginé lo peor. El rol de Jorge Fonseca en la organización era la protección y traslados de los militantes, me ayudó a mí, a Elsi, a la gente que necesitaba encontrar un lugar más seguro para sobrevivir. Estudió Economía en La Plata. Tras la caída de Graciela Lezana, escapa a Mendoza. Es factible que Fonseca haya caído ese día entre el grupo de la mimbrería, como los que estaban sin trabajo, paraba ahí”.

“En Buenos Aires -continuó Susana- rastreaba las guías telefónicas de Mendoza para saber el destino de ellos, me fui enterando de todos los secuestros”. En diciembre de 1978, en Brasil, a través de la publicación “Clamor”, encuentra una lista con los desaparecidos de Mendoza: “vi toda la gente que conocía, sobre mi cuñada Elsi supe más tarde”. En Brasil, Susana presenta denuncias por Jorge y Elsi; un abogado de la Cruz Roja Internacional le dijo contundente sobre su suerte: “Es un preso de Menéndez”. Luego, a través de detenidos cordobeses entendió el ´tratamiento especial´ que significaba ´ser preso de Menéndez´. Susana logró que Becerra fuera apadrinado por Amnistía Internacional y que la Cruz Roja lo visitara en la cárcel. Una vez en el exilio trabajó en dossiers sobre desaparecidos y sobre los niños y niñas apropiadas.

Jorge Becerra salió en libertad en 1980. “Las acusaciones que le endilgaron nunca tuvieron conexión temporal: le atribuían hechos de La Plata cuando él estaba en Mendoza y viceversa, estuvo cuatro años preso sin ninguna acusación formal”, denunció la testigo. Había pasado todas las cárceles: “En la U9 de La Plata fue sacado como rehén, es decir secuestrado de la misma prisión. Su madre viajó a visitarlo y no estaba. Durante meses permaneció en los subsuelos de un regimiento militar en Córdoba. En Sierra Chica lo tuvieron incomunicado meses sin ver el sol, le hacían llegar vitaminas desde afuera. En Caseros había un equipo compuesto por sacerdote, médico y psicólogo que participaba de los interrogatorios”. Con Susana se reencontraron en Estocolmo, en agosto de aquel año. Ella lo visitó aquí en 2002: “ahí abajo estuve yo” -le dijo Jorge. Señalaba “un edificio muy grande, el Palacio policial”.

El valor documental
Periodista, investigador, documentalista, Rodrigo Fernando Sepúlveda -de importante testimonio en el juicio anterior- fue presentado como testigo por el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos -MEDH-, en relación a la indagación por el secuestro y desaparición de Roberto Blanco Fernández. Para su documental de 1999, “D2: Centro Clandestino”, Sepúlveda realizó más de 50 entrevistas a sobrevivientes y personas vinculadas a la represión. La investigación “seguía líneas de los testimonios que llevaban a otras vinculaciones y datos y de ahí a otros casos como el de Blanco, una sorpresa para mí ya que sólo sabía que se trataba de una persona desaparecida, en condiciones de detenido sólo lo registraron Ricardo Puga y Juan Basilio Sgroi, a quienes entrevisté”. 

Sgroi exhibió al periodista “un documento presentado ante Naciones Unidas contando su secuestro por parte de las fuerzas conjuntas hacia el 16 de enero de 1976 en su domicilio en Maipú y la cacería emprendida por la Policía tras el asesinato del agente Cuello, a comienzos de ese año. Entiende que estuvo en Papagallos y en el D2, donde asegura haber visto a Blanco en una celda el 21 de enero, muy golpeado, incluso lo motejaban de ´overo´, por la cantidad de hematomas producto de las torturas. Sgroi manifestó tener relación previa con Blanco -que ocupó su cargo en la Dirección de Vías y Transportes de la Provincia-, eran antagónicos políticamente. Otras personas detenidas de ese grupo fueron Tito Gómez, los hermanos Fioretti y Quispe. Mi sensación es que en 1999 Sgroi estaba muy impactado por lo que vivió, había que entender el contexto, nadie quería hablar ante el bloqueo de la posibilidad de justicia, eran los entrevistados los que preguntaban ¿para qué querés saber vos esto?"

Sepúlveda consideró posible el hecho testimoniado por Héctor Salcedo sobre que el imputado Armando Fernández fue quien contactó a Roberto Blanco para secuestrarlo: “Es absolutamente coherente, esas personas eran las encargadas de los operativos. Fernández y Smaha Borczuk han sido identificados siempre no sólo por víctimas y ex policías en testimonios cruzados, también -el imputado- Fernando Morellato lo dice en nuestra investigación. Las declaraciones indican además la continua presencia de los señalados en la `Sala de Situación` del D2, que no era otra cosa que el subsuelo donde torturaban a los detenidos; y en los operativos. Incluso en el caso de un allanamiento ilegal que se le hizo por error a una persona, ésta reconoció a Borzuck porque le hacía las liquidaciones”.

En relación a información concerniente a otras personas de la Causa 075, Sepúlveda mencionó la vinculación de la Policía Federal en el secuestro de Miguel Poinsteau. En los casos de Oscar Ramos y Oscar Iturgay: “consta en legajo que Sánchez Camargo -Jefe de la Policia Provincial- indicó a Morellato entre los captores. Según Morellato, fueron Smaha y Fernández. Otros detenidos para fines del 76 -que podrían haber visto a Blanco-, sobrevivientes del D2 que fueron entrevistados por Sepúlveda en el marco de su investigación son Rosa Gómez, Jorge Becerra, Norma Azcárate”.

A instancias de sus trabajos, Rodrigo presentó la estructura del D2 en 1976: “Sánchez Camargo era el jefe; Agustín Oyarzábal -imputado-, el segundo, a cargo de los interrogatorios. Fernández Miranda y Smaha, eran los principales ejecutores de los operativos clandestinos. En los interrogatorios siempre había una persona con acento porteño, que manejaba la tortura y un médico o simulador de médico, que auscultaba para proceder. Quienes definían a quién seguir, a qué grupo apuntar, a través de investigaciones -comprobada la infiltración a las organizaciones-, las detenciones y la aplicación de torturas para así renovar el ciclo de persecuciones, secuestros, muertes; eran las cúpulas de todas las fuerzas, Policías, Inteligencia militar, servicios de Inteligencia. Las personas no eran mantenidas mucho tiempo en el D2. Era un centro de torturas, el objetivo era la información”.

Para el testigo, un cuadro fuertemente ilegal explica lo que son los picos, períodos ascendentes en las etapas y objetivos de la represión en Mendoza. El cruce de las más de 200 desapariciones en Mendoza con las etapas en las que el D2 actuó más contundentemente, evidencia que el grueso de secuestros asciende notablemente. Respecto al rol de civiles en las tareas de Inteligencia, Sepúlveda recordó la incidencia de la delegación de la SIDE y el listado de personal actuante en el Batallón 601, en el que se destaca la mención de un funcionario de la Dirección de Tránsito y Transportes, Oscar Alfredo Simone, ya en “funciones” en esa área para la época en que Roberto Blanco fue director.

El doctor Pablo Salinas -representante del MEDH- pidió se incorporen como pruebas a la Causa la grabación de la entrevista a Sgroi y el documental de Sepúlveda. También ofreció sea considerada una nueva convocatoria al testigo en relación a los secuestros y desapariciones de Oscar Ramos y Oscar Iturgay, secuestrados por el Cuerpo Motorizado a cargo de Morellato. Por último, el abogado solicitó compulsa penal para que se investiguen las responsabilidades de Simone y Smaha en el caso específico de Roberto Blanco, dadas las sospechas acrecentadas a raíz de los testimonios.






Contra toda una familia
Mario Hugo Fioretti, militaba en la Juventud Peronista -JUP-, tenía 22 años al ser secuestrado el 14 de enero de 1976, cuando con su mujer embarazada visitaba a sus padres. En la casa también se encontraban sus tres hermanos y su hermana. A las 14 horas irrumpieron más de veinte personas que tiraron el portón de entrada para ingresar. Estaban vestidos de civil. Luego de varios forcejeos y creyendo que los invasores eran ladrones, Mario sacó su revólver para asustarlos pero solo logró que le dispararan con sus ametralladoras, sin puntería. Le pidieron que soltara el arma y se tirara al suelo. Cuando lo sacaron de la casa se dio cuenta de que eran policías puesto que tanto los que esperaban afuera como los que habían subido al techo estaban uniformados. Tras el altercado lo llevaron detenido al Departamento de Investigaciones de la Policía de Mendoza -D2- junto con su padre -ya anciano-, su madre María Luján Santini y sus hermanos Alejandro y Salomón de 20 y 18 años.

La madre fue liberada al día siguiente, no la golpearon, pasó la noche en las celdas de tres metros cuadrados. Mario y sus hermanos fueron torturados fuertemente. Sobre uno de los interrogatorios, Fioretti declaró que le preguntaron por varias personas, algunas conocidas; y acerca de dónde estaban las armas: “me cerré y no dije nada, anulación voluntaria es”. Agregó que se enteraban de algunas cosas “cuando después de las torturas nos tocaba ayudar a alguno, llevarlo al baño, higienizarlo”. Así le tocó auxiliar a su hermano Alejandro, “lo único que pudimos hacer es curarlo con agua, tenía destruidos los talones y picaneados los testículos”.

“Nos daban golpizas de cinco y seis horas, ese fue el caso de Yani Sgroi”, dijo el testigo. Y detalló: “antes de empezar entraba una persona y cerraban todas las mirillas, entonces se paraban enfrente de la puerta, a los gritos ´ponete de rodillas, de espaldas a la puerta´, entraban te ponían una capucha, te ponían las esposas y te entraban a pasear por el Palacio, subiendo, bajando escaleras, en cada una de ellas pegándote patadas y piñas.”

El padre de Mario militaba en el Partido Peronista Auténtico -PPA- y era compañero de Ricardo Puga y Juan Sgroi. Fioretti dijo que no recordaba a Roberto Blanco, “sólo recuerdo a mis compañeros de causa, porque militaban juntos en el PPA y nos dijeron que Puga había sido el primero en caer”. Recordó haber visto en el centro de detención a Carlos Alberto Gómez (Tito) y con el tiempo llegó Walter Quispe. Luego de diez días detenido fue trasladado a la Penitenciaría, donde lo procesaron por la causa de Cuello, el policía asesinado.

viernes, 26 de octubre de 2012

O75-M: Desaparición de Roberto Blanco Fernández

Los de la policía gremial
25-10-2012 | Comenzó la etapa testimonial en la Causa 075-M que agrupa las causas de seis personas desaparecidas entre abril de 1976 y abril de 1977. Tres detenidos junto a Roberto Blanco Fernández -en distintos momentos, antes y a partir del golpe de Estado- testimoniaron acerca de la desaparición del funcionario y dirigente sindical.
Inspección judicial del 16 de octubre por los expedientes del D2 y del D5, Informaciones y Archivo de la Policía de Mendoza
Nunca más salir
Roberto Blanco Fernández, de 36 años, militante del Partido Peronista en la Juventud Sindical y Secretario de Transporte de la Provincia -bajo intervención militar del general Lucero- fue detenido ilegítimamente el 17 de enero de 1976, en el Hotel Derby, de su propiedad, por personal policial, y trasladado al D2 -Departamento de Informaciones de la Policía de Mendoza- donde fue brutalmente torturado hasta el día 23 de la semana siguiente, cuando fue liberado. El 31 de marzo de ese año -a través de una comunicación telefónica recibida por su novia- Nora Cadelago, Blanco fue citado por el hoy imputado Armando Fernández Miranda a presentarse al Palacio policial a fin de ampliar detalles de su declaración por recientes detenciones. Al día siguiente, Blanco acudió a la dependencia en su vehículo GTX, acompañado de su compañero y amigo, Héctor Tomás Salcedo Orellano, que testimonió en relación a los hechos: “no ocultábamos nada, pasamos por el interventor de ATE, un comandante, a fin de resguardarnos. Paró el auto en la estación de servicio de calle Belgrano, frente al D2 e ingresó por esa entrada”. Transcurrida una hora, Salcedo preguntó a los oficiales de guardia: “Por acá no entró, a lo mejor por la otra calle” fue la respuesta. “Hace 36 años entró, nunca más salió”, dijo su amigo.

Blanco y Salcedo eran militantes de la Juventud Sindical Peronista desde 1974. Trabajaban juntos en áreas relacionadas del gobierno provincial, en Transporte y Vialidad respectivamente, y en la actividad sindical, Blanco en ATE. Tenían una “importante amistad, compartíamos horas de ocio, vivíamos juntos en el hotel del cual era propietario del fondo de comercio. Otro compañero y amigo, Roberto Jaliff integraba el grupo”.

Nora Cadelago -entonces novia de Blanco- tenía un padre jefe de la Policía ferroviaria del país que alertó a los amigos sobre la inminencia del golpe de Estado y por la seguridad de Blanco. Tras el asesinato del agente Cuello, de la seccional 1ra. de la Policía de Mendoza, sobrevino “el día negro de nuestras vidas. Desde la conserjería del hotel, Felipe Sampietro -vecino, anterior dueño del hotel, en litigios con Blanco y en relación de participación política con ellos- me avisa que escape, que la policía se acababa de llevar a Blanco y Jaliff, que les habían secuestrado cuatro armas. Respondí que no, que subieran. Sin tiempo a ver más que iban de civil me encapucharon, me dieron vueltas en el auto y terminé esposado en un calabozo. En la celda contigua, alguien que reconocí como el compañero Barroso, me gritó ´estás en Investigaciones´. Por la mirilla, prostitutas que me ofrecieron ayuda -´estamos acá todos los días´-, apuntaron números de teléfonos con la indicación de que yo era funcionario del gobierno. A los tres días, cuando apareció el bolso con mis cosas, supe que la noticia había llegado. Días después nos juntaron a los tres en una misma habitación en el Departamento central de la Policía”.

Los amigos cayeron en la cuenta que habían estado detenidos en el mismo lugar, sólo que Blanco y Jaliff en el segundo subsuelo del Palacio policial y Salcedo en el primero. Blanco había sido muy golpeado, “completamente morado de la cintura al cuello, tres costillas fracturadas, el esternón desgarrado, un problema serio en el riñón. En los interrogatorios le preguntaban nombres, sobre todo por Sgroi, anterior Secretario de Transporte, también detenido ya entonces en el mismo lugar y en un estado deplorable”. ´Si vieras cómo está Yani´, le habría dicho Blanco. Salcedo reiteró que su amigo dijo que los policías que los detuvieron y torturaron era “gente conocida”, personal de Investigaciones relacionado a la “policía gremial” que controlaba antes del golpe los listados de asistentes a las asambleas de los sindicatos y frecuentaba el Derby tras los listados de huéspedes.

Jaliff -que anduvo derivado por la comisaría 7ma. de Godoy Cruz- también fue golpeado. La libertad fue “otorgada” por el “comisario Bruno” (Aldo Patrocinio), quien les dijo que habían sido detenidos en virtud de una denuncia de Felipe Sampietro - que los relaciona como quienes mataron al cabo 1ro. Cuello y tendrían en el Derby un aguantadero; además de la escopeta y una pistola calibre 45 -dada para su seguridad por la misma Policía- confiscadas a Blanco”. Sampietro, que además era miembro de la Cooperativa policial seccional primera, fue la primera persona que Salcedo encontró al retornar al hotel. En su opinión, “Sampietro armó todo para denunciarlos y hacer desaparecer a Blanco. Un tema comercial que se aprovechó gracias al proceso de reorganización nacional”.

En una reunión posterior con el jefe Santuccione, “atroz, nos recibió con dos armas sobre el escritorio y nos dijo que él estaba ahí para levantar toda la mugre, la prostitución y que lo nuestro era una rutina para determinar responsables de la muerte de Cuello, que ya habían limpiado a muchos e iban a continuar”. Blanco fue de nuevo detenido en inmediaciones de la Universidad Nacional de Cuyo, golpeado y liberado horas después. Se había entrevistado previamente con Kletz, abogado auditor militar que le habría asegurado “El Ejército no lo tiene pedido, la única vez que estuvo a disposición fue a manos de la policía”. Lo mismo le aseguró “Ruiz”, ese día en la UNC, “usted está pedido, acá está la policía, si se va con ellos lo largan”. Armando Fernández se lo llevó detenido. En el reconocimiento fotográfico el testigo ubicó a Mario Stipech entre los policías actuantes en los hechos. Así, el ex médico del D2 es señalado por tercera vez en el juicio.

“Era una época muy difícil del país, las juventudes estaban encontradas, nosotros en la Juventud sindical teníamos una posición al medio, de enfrentamiento con la gente de izquierda. Íbamos armados, habilitados por la Policía para llevar armas. Conocíamos a los policías de las rondas, gente de civil, camuflada, los que golpearon a Blanco, me suena el nombre de Fernández -de unos 35 años, cara gordita- , gente del D2. Todo lo que nos pasó fue dentro del grupo de gente del D2”, agregó Salcedo. También dijo, “tengo un amigo perdido y cuatro chicos que nunca tuvieron padre, actualmente he restablecido el contacto con su ex esposa, Nora González y su hija, cuya única imagen de su padre es a bordo de una gordini blanca con una camisa con fósforos como motivo”.

Razones de orden político
El 13 de enero de 1976 Ricardo Puga -ex diputado y periodista, también testigo en el juicio anterior- fue secuestrado y detenido en la Colonia Papagallos -establecimiento escolar utilizado como Centro Clandestino de Detención-, luego fue trasladado al D2, donde vio a Roberto Blanco, quien estaba en una celda contigua fuertemente golpeado y lastimado. “Supuestamente nos atendía un médico, nunca pudimos acreditarlo”, comentó. En una ocasión, el posible médico vio a Blanco y le preguntó qué le había sucedido. Él le dijo que se había golpeado solo. En esos días, Puga y Blanco intercambiaron fugaces palabras, no se conocían de antes. También compartió el cautiverio con Mario, Alejandro y Leonardo Fioretti, Carlos Alberto Gómez, Juan Sgroi, Walter Quispe.

Entre marzo y abril de ese año, Puga estaba detenido en la Penitenciaría de Mendoza y le dijeron que lo llevaban al Juzgado Federal de calle Las Heras, pero finalmente lo volvieron a llevar al D2, lo metieron a una celda donde había más detenidos incomunicados. En la celda de al lado pudo escuchar la voz de Roberto Blanco que decía “Estos hijos de puta me han traído de nuevo aquí”. Puga fue trasladado a la Penitenciaría  donde lo liberaron en diciembre de 1976. Consultado por el motivo que presupone tuvo su detención, y la de otros como Sgroi, el testigo dijo que “fueron razones de orden político” y agregó que en aquel momento estaban construyendo un centro de salud en Guaymallén y tenían “trabajo político” en el Partido Auténtico. Recordó también que Sgroi y Blanco sí se conocían de antes de compartir el cautiverio.

Todos los días, a toda hora
Carlos Alberto Gómez Moreno militaba en la Juventud Peronista cuando en enero de 1976 fue secuestrado y detenido en el D2. A las cinco de la madrugada llegaron hombres mal vestidos y encapuchados a su casa -uno a cara descubierta-, en la calle Tropero Sosa de Guaymallén, donde estaban su esposa, su hijo de cuatro meses y su hermana menor. Con armas largas y organizados en alrededor de seis vehículos sin identificación -incluso Gómez señaló que había un helicóptero rondando- “se robaron todo” -varios bienes y dinero- y se lo llevaron, maniatado y amordazado.

Por las mismas horas que fue encerrado en el D2 llegaron a ese centro clandestino los hermanos Fioretti y su padre, y Walter Francisco Quispe. Poco después llevaron también a Roberto Blanco, Ricardo Puga y Juan Sgroi.  Allí estuvo doce días en los cuales fue fuertemente maltratado y torturado, al igual que varios detenidos. Entre ellos Blanco, que por entonces había sido detenido y, según Gómez, tenían cierto “ensañamiento” con él y con Sgroi. “Torturaban todos los días, a cualquier hora del día” -picana, golpes, el “submarino”-, relató el sobreviviente. Disponían para ello de un “lugar que tenían arriba”; también los trasladaban a otros centros de detención como Campo Las Lajas -donde había como chozas o piezas grandes, y conoció al “Negro” Salinas, también víctima de los represores- y Colonia Papagallos. En varias ocasiones los agentes le pedían a los detenidos que pisaran o golpearan a Blanco cuando estaba tendido en el suelo. Gómez afirmó que también había mujeres detenidas y recordó que una cantaba el Ave María.

Luego de casi dos semanas, trasladaron a Gómez a la Penitenciaría provincial, en donde siguió el periplo de torturas. El testigo recordó que a uno de los captores se le ocurrió decir que ese grupo había sido el que mató al agente policial Alberto Rubén Cuello y por eso los golpeaban “al paso”. Así hirieron a Gómez gravemente en la cabeza.

Ya en la cárcel, a disposición del PEN, Gómez fue trasladado por el Servicio penitenciario al Juzgado Federal de calle Las Heras. Allí le tomó testimonio el Juez Carrizo, a quien le contó del robo, secuestro y torturas; y de quien no recibió ninguna respuesta. También señaló que había un fiscal presente de apellido Rodríguez.

Detalles
Gómez recordó que Sgroi “parecía un monstruo” por efectos de la tortura y muchas veces le dio de comer porque no podía hacerlo solo.

Cuando los iban a torturar, los captores preguntaban “¿Nombre?”, tras la respuesta ordenaban: “Ponete de espaldas contra la puerta”.

Las veces que oyó alguna explicación, los agentes policiales dijeron que “los mandaban los del Ejército”. En una ocasión, Carlos vio al jefe del D2, Juan Agustín Oyarzábal, quien le dijo que “no denunciara nada”.

Recordó, al igual que Puga, que había un agente que se encargaba de llevarles comida, tristemente recordado -en ese contexto- porque no los golpeó ni torturó.

El 16 de marzo de 1976, liberaron a Carlos Gómez. A la salida de la Penitenciaría, relató el testigo, había autos de civil esperándolo para volver a detenerlo. Al ver la situación, el entonces director de la cárcel lo escoltó hasta su casa.

En el visado del Álbum número 3, con fotos de miembros de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, reconoció a Patricio Díaz como el que le “rompió la cabeza” en la Penitenciaría y a “Tito” Gómez como un agente que les robaba la plata a los detenidos cada vez que los requisaba.

Novedades
Partes querellantes hicieron expreso al Tribunal los pedidos de requerimientos de expedientes apuntados el día anterior al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, así como a la Casa por la Memoria y a la UNCuyo, constancias de las fichas del D2 con los prontuarios en relación a las Causas restituidos. El presidente Antonio González Macías comunicó la inspección judicial al Archivo de la Cámara Federal de Apelaciones realizada el 24 de octubre y el pedido de los expedientes al Ministerio de Defensa, ya remitidos  a una oficina de la memoria.

viernes, 19 de octubre de 2012

077-M: Desaparición de Margarita Dolz

Golpes en la puerta
19-10-2012 | Semana de poca actividad en el Tribunal Oral Federal 1. Sólo hubo un testimonio en relación a la Causa 077-M por la cual se indaga la serie de secuestros y desapariciones de mayo de 1978. Miriam Esteve, testigo directa del secuestro de Margarita Dolz, reconoció a Mario Stipech como parte del operativo. El médico del D2 ya había sido reconocido en relación al secuestro de “Tonio” Herrera.

“Vi a esta gente. Cuando me preguntaron por ella quedé helada porque pensé en las nenas, qué les iban a hacer a las nenas, qué me iban a hacer a mí”. Contundente, lineal en relación a los hechos que se investigan, fue el testimonio aportado por Miriam Elisabeth Esteve, amiga desde 1974 de Margarita Dolz, desaparecida de su domicilio de calle Remolcador Fournier en Villanueva, el 17 de mayo de 1978. Por la época, Esteve frecuentaba habitualmente a Dolz y su marido Carlos Castorino, ya que cuidaba a las hijas de ambos, de cuatro y dos años de edad. Testigo directa del secuestro de Margarita, recordó:

“Creo que era miércoles. Salí de mi trabajo y fui a casa de Margarita. Llegué pasadas las nueve de la noche, esperábamos a “Julio” -un amigo-, dejé mis cosas, fumé un cigarrillo. A los diez minutos golpearon la puerta, atendí, las niñas venían detrás. Había luz en la entrada, entraron cuatro o cinco individuos de civil a cara descubierta, pude ver a los dos primeros -uno era alto, el otro medio pelado-, llevaban anteojos comunes de marco grande y falsos bigotes, me llamó la atención que todos usaran gamulanes azules cruzados. El que encabezaba el grupo preguntó sólo por Margarita Castorino. Me cachetearon la cabeza y pidieron que no los mirara”.

Mientras el segundo de los captores encerraba en el baño a las niñas y a Miriam, ella vio cómo sacaban un arma corta y que “Margarita tejía en la cocina, alcancé a verla de reojo por última vez, se paró al lado de la mesa, estaba tiesa. Las nenas gritaban, lloraban, no pude oír nada, esperé a oscuras unos minutos que fueron un siglo. Se abrió la puerta, `no levantés la cabeza´ me dijeron. Distinguí unos zapatos, nos llevaron a una habitación, al rato volvió uno de ellos y dijo `quedate acá, nos llevamos a la piba, somos de la Federal`. Ella ya no estaba ahí”.

“Quedé encerrada en la casa, mi cartera y la suya estaban dadas vueltas, quizás se llevaron su documento”, relató. Una chica vecina que también cuidaba a las niñas se comunicó con Esteve por el fondo de la casa donde había un taller. A ella le pidió que avisara a Carlos -de regreso del trabajo- para que no se acercara al domicilio. Él llegó hacia la medianoche, “se llevaron a Margarita” le informó Miriam, que se marchó “en taxi con las nenas a casa de mis padres, donde estuvieron hasta el sábado. Después, vino desde Buenos Aires, la familia de Margarita y se las llevó”.

Sobre “Julio” -el amigo que esperaban esa noche- Miriam agregó que “era compañero de bowling de Carlos desde un par de años antes, alto, de cabello oscuro, nunca lo volví a ver”. Si bien la testigo desconocía la participación política y relaciones del matrimonio, vio una vez a Daniel Romero -desaparecido- en la casa. Además recordó y reconoció fotográficamente a otros dos desaparecidos esa semana, Raúl Oscar Gómez y Víctor Hugo Herrera, `Tonio`. La vinculación respecto a los secuestros no fue infructuosa: entre las fotos del personal actuante en el Centro clandestino D2 -Departamento de Informaciones de la Policía de Mendoza-, reconoció a Mario Rafael Stipech Quiroga como quien ingresó primero a secuestrar a Dolz en su hogar. Stipech -ya relacionado en la Causa a través del reconocimiento efectuado por María Isabel Salatino, madre de Herrera- era uno de los médicos del D2. Investigaciones previas dan cuenta que Stipech -que perteneció al Cuerpo de Apoyo de Escalafón Profesional de la Policía de Mendoza- y otros médicos atendían a los detenidos tras los “interrogatorios”.

sábado, 13 de octubre de 2012

085-M, 053-M y 077-M: Desapariciones de Gladys Castro y Walter Domínguez, Adriana Campos y José Alcaráz,Margarita Dolz y Raúl Gómez, Juan José Galamba. Secuestro de Martín Alcaráz

El destino en sus manos
12-10-2012 | Los testigos explicaron cómo la aplicación del plan genocida se llevó la vida de sus seres queridos y torció las propias. Ricardo D´amico unió a las víctimas de los secuestros a militantes del PCML a Campos y Alcaráz; Mario Gómez encontró a Martín, bebé secuestrado de esa pareja; y Carlos Castorino contó la persecución al grupo de militantes y amigos que integraba con su compañera Margarita Dolz, desaparecida.

Por todo el país
Ricardo D´amico estaba detenido antes del golpe de 1976 y continuó en esa condición hasta 1982. En relación a la serie de secuestros de militantes del Partido Comunista Marxista Leninista los primeros días de diciembre de 1977, aportó su conocimiento a través de la militancia de sus hermanas, María Cristina (desaparecida en Mar del Plata desde febrero de 1978) y Nélida Mabel (más de seis meses detenida). Ambas participaban en el PCML de Mendoza, antes de que su hermano -militante de Poder Obrero- fuera preso.

Entre las agrupaciones existían afinidades, eran todos muy jóvenes en 1974. Ricardo conoció a Rodolfo Vera (por su compañera Mirta Hernández, “estuvo en Mar del Plata y después en el Bolsón”) y a sus hermanos Oscar y Carlos; y a José Campos y Antonia Alcaráz. Acerca del secuestro de Walter Domínguez y Gladys Castro aportó que tras salir en libertad vivió un tiempo en Villa Marini, sobre calle Lavalle. Por los vecinos supo que en las inmediaciones se hizo “un operativo muy grande, con la cuadra cortada”, donde secuestraron a la pareja. Hacia finales del 77 un grupo de militantes -sobre todo mujeres, entre ellas sus hermanas- emprendieron la huida de Mendoza. Mabel es detenida tras sus pasos por Mar del Plata y El Bolsón.

Por militantes de izquierda detenidos y averiguaciones hechas desde la cárcel y luego en democracia, Ricardo investigó el destino de María Cristina. Dio con otra serie de secuestros al PCML, en Mar del Plata a principios de 1978. “Con muy pocos elementos y limitado en un campo de concentración, supe de la desaparición de mi hermana María Cristina a los cuatro días, tras la presentación de los habeas corpus de mi mamá y del padre de Greco, una de las mujeres secuestradas con ella. Un grupo de cinco mujeres fueron secuestradas en febrero de 1978 de la vivienda que compartían escondidas en las inmediaciones de Mar del Plata: Cristina D´amico, María Elena Ferrando y Mirta Irma Hernández escapaban de la represión en Mendoza; Silvia Roncoroni (con sus dos bebas) y Cristina Greco (embarazada de 8 meses, cuya hija nacería en la ESMA) eran de Buenos Aires. En la planta superior de la casa vivían las dueñas. Ellas se ocuparon de las niñas durante un mes, hasta que se las pudieron dar a los abuelos”.

Ricardo habló con las dueñas de casa, sus vecinos y el padre de Greco. Logró reconstruir que “el operativo fue realizado por fuerzas conjuntas a la medianoche, amenazaron a los vecinos con disparos, Cristina y Mirta probaron fugarse a través de un terreno en construcción, cuando cruzaban unos ligustrines capturan a mi hermana, reconocida fotográficamente por las dueñas de casa”.

“La persecución a los grupos del PCML a fines de 1977 y principios de 1978 fue en todo el país: Mar del Plata, La Plata, Mendoza y Córdoba fueron los principales focos”. Otro hecho relacionado es “el fusilamiento de José Fernando Fanjul -amigo suyo e integrante del PCML- en octubre del 77 en inmediaciones de la comisaría de Arana en La Plata”. Las entrevistas con otras fuentes del PCML, para quienes la represión fue desatada en algunas ciudades y durante un breve período de tiempo son otros argumentos del testigo.

D´amico permaneció seis años y dos meses en distintos Centros de tortura y desaparición. El 29 de agosto de 1975 a las seis de la tarde la Policía de Mendoza lo estaba esperando en una casa en Guaymallén, “una ratonera. Los captores -unos seis- me vendaron y me cargaron al auto. El día anterior la casa había sido allanada y detuvieron a unas diez personas: Mocchi, Tomini; Yanzón, su padre y primos, Raquel Mercedes Miranda, Luz Faingold, Susana Villegas”.

Fue incomunicado y trasladado al D2 donde le aplicaron durante una semana “un nivel de tortura tan intenso.” De los interrogatorios -siempre vendado- participaban varios policías abocados a recabar nombres del Partido. Algunos de sus compañeros de Poder Obrero detenidos el 28 de agosto también fueron torturados. “Las celdas estaban en el primer piso, eran muy chicas, de dos metros por uno, sin mirillas, nada de nada”. Una noche fue trasladado a la Penitenciaría.

De la cárcel recordó “los primeros días del golpe entraban -Ejército y Servicio Penitenciario Federal- a las celdas a los palazos y los gritos. Un día trágico fue el 19 de junio de 1976, toda la guardia nos sacó desnudos, nos golpearon en las escaleras y los patios, pasamos horas contra el paredón mientras nos hacían gritar ´viva mi patria argentina´. El accionar conjunto de las fuerzas de seguridad fue comprobado en el traslado de detenidos hacia La Plata en septiembre de aquel año. Ejército y penitenciarios hicieron un gran despliegue de armas y procedimientos para llevar a decenas de hombres hasta el avión Hércules, reducirlos y encadenarlos al piso de la nave. “Cuando nos sacan en camiones pensé que nos llevaban a La Perla (Centro clandestino de Córdoba). Por la forma terrorífica del trato pensé lo peor. Gritos, amenazas, golpes, en el avión nos caminaban arriba, nos molían a palos”. Recordó a Gianetto, Carlos Gómez, León Golosky, Fernando Rule, Marcos Garcetti y Ángel Bustelo entre los trasladados. D´amico pasó los siguientes cuatro años en la Unidad 9 de La Plata y uno más en Caseros, hasta recuperar la libertad en el 82.

Conducido por el fiscal Dante Vega, afirmó que si bien Poder Obrero y PCML no estaban relacionados, él -a través de la militancia de sus hermanas- compartía actividades: “Los conocí en el 74, en una reunión en un camping camino al dique Cipolleti. Éramos mis hermanas, la chica Tortajada, José Alcaráz y las hermanas Campos, Silvia y Antonia. De regreso, la Policía nos hizo bajar del colectivo en la Terminal, fuimos demorados dos horas, salvo yo, todos eran menores, nos tomaron los datos en una habitación pequeña, casi una celda, las preguntas estaban dirigidas, algún policía sabía qué hacíamos, nos fueron a buscar nuestros padres”. “De ese grupo -confirmó Ricardo-, tres personas fueron desaparecidas y tres detenidas”.

“No, son tantas que no” contestó D´amico al Tribunal cuando se lo invitó a agregar algo a su testimonio. Respiró su silencio. “Saber dónde está mi hermana, el cadáver de mi hermana, es todo”.



Encuentro de Martín
Mario Armando Gómez era novio de Adriana Alcaráz, hermana de su amigo José “Pepe” Antonio Alcaráz. Fue testigo de cómo devolvieron a Martín, de diez meses, hijo de Pepe y Antonia Campos, la noche del 7 de diciembre de 1977 en una caja de cartón en calle Pedernera de San José, domicilio de los abuelos maternos. Martín había sido secuestrado con sus padres la noche anterior a las cinco de la mañana, de la vivienda donde vivían en Godoy Cruz.

Mario acompañó el día 7 a don Pepe Alcaráz en averiguaciones y trámites. “En dos camionetas sacamos las pertenencias de la casa de los chicos, en la puerta había un policía apostado, no podíamos dejarlo así. Parecía que faltaban cosas y me llamó la atención que la casa estuviera picada en las paredes en el garaje, cocina, comedor, en un placard había un hueco. Fue un trajín todo el día, no hubo respuestas a las búsquedas.

Al anochecer, las familias -que vivían muy próximas- se quedaron en casa de los Alcaráz. Alrededor de la una y media de la mañana del 7 de diciembre Mario decide regresar a su casa y sale a la vereda con Adriana, su novia. Allí ven pasar un Ford Falcon muy despacio que dobló en U y volvió a pasar, en tanto otro Falcon se paró enfrente de la casa de los Campos. Se bajaron dos hombres corpulentos vestidos de civil -con camisa celeste manga corta-, dejaron una caja de cartón y los pasó a buscar otro auto de las mismas características. Todo sucedió en cuestión de segundos, los hombres se movieron rápido.

Mario fue directo a la casa mientras su novia avisaba a la familia. Cuando llega descubre que era Martín, cubierto con una manta. Volvieron todos a la casa. Es posible que el niño haya sido revisado por un médico, solicitado para atender a la abuela Campos, descompuesta. “Fue Pedro, su marido quien se ocupó entonces de Martín”. A una semana del secuestro, Pedro habría dicho a Mario que “a mi hija y mi yerno lo tienen las fuerzas de seguridad en el D2”.

“Era muy amigo de Pepe, además cuñado por noviazgo formal, muy allegado a la casa, él hablaba de política, yo no lo seguía. Estuvimos mucho juntos, tuve mucho miedo posterior a una reunión en el balneario Nonquén”, dijo. Dos días antes de los secuestros –de los que se enteró al otro día- habían estado allí comiendo un asado. Al encuentro asistieron muchas personas que Mario no conocía, del Partido Obrero. Ya la desaparición de Silvia Campos dos años antes había causado conmoción en el barrio. Luego de las desapariciones de Pepe y Antonia supo que todos los que habían estado en ese asado permanecen desaparecidos, menos él y Adriana.





Las afinidades electivas
"Para 1977, 1978 no existía la actividad  política, la mayoría ya no estaba, habían sido secuestrados o se había ido. Nos ocupábamos en actividades sociales, trabajar, juntarse con amigos. La actividad política fue anterior, surgió de querer cambiar las cosas. En el Partido Socialista Popular veníamos debilitados desde 1973, pero los dos estuvimos sin cambios drásticos hasta el golpe, teníamos reuniones sociales con militantes de distintas agrupaciones, después bajó la actividad política”. A pedido de Fiscalía, Carlos Antonio Castorino -marido de Margarita Dolz, desaparecida el 17 de mayo de 1978 del hogar que ambos compartían en Villanueva, Guaymallén-, ofreció al principio de su testimonio un recorrido por la militancia de su compañera y otras personas cercanas, desaparecidas o perseguidas por entonces.

“Nos consultaron si podíamos alojar a José durante algunos días. Eran de Montoneros, pero no recuerdo quiénes. Estuvo cerca de una semana, después lo llevaron a otro lugar, creo que fuera de Mendoza”, dijo Castorino acerca de Juan José Galamba, desaparecido una semana después que su compañera.

“Con Víctor ´Tonio´ Herrera éramos amigos, compañeros de bowling. A Daniel Romero lo conocí de la actividad política, creo que en algún momento posterior a la estadía en mi casa, con su hermano Juan Carlos recibieron a Galamba. Igual que Raúl Oscar Gómez y Liliana Millet, su esposa y compañera mía del trabajo. Había amistad entre las parejas, una militancia en común. Dos o tres días después del secuestro de Margarita, Liliana me contó que Raúl había sido secuestrado el mismo día”.

A los nombres anteriores, Vega sumó los de Aldo Patroni, Gustavo Camín, Mario Camín, Isabel Membrive, Ramón Sosa, otras desapariciones para mayo de 78 y pidió al testigo que enmarcara una explicación sobre el secuestro de su esposa: “No había actividad política, no sé si habrá existido esa lista con nombres que en un principio no le dieron importancia, venía el inicio del Mundial, quizás quisieron prevenirse de protestas”. Porque ni él ni Millet fueron secuestrados, Carlos descree de la posibilidad que los captores fueran tras Galamba.

Respecto al secuestro contó: “esa noche esperábamos a unos amigos, yo llegaba  de trabajar de noche, a media cuadra me frenó la niñera de mis hijas, Miriam Elisabeth Esteve. Según su versión “fueron tres o cuatro personas de civil que invocando a la Policía Federal ingresaron a la casa luego de que ella abriera la puerta. La encerraron con Paulina y Natalia -las hijas de la pareja, de dos y tres años- en el baño y se llevaron a Margarita con su documento, no pudo ver si la ataron o encapucharon”. “No entré, indiqué a la niñera que se llevara a las niñas a casa de mis padres y fui por resguardo y consulta a casa de un amigo abogado, Enzo Santoni. A través suyo presenté el primer habeas corpus. Recorrí comisarías, el Ejército. En la Policía Federal me dijeron ´acá no queremos a nadie, no hacemos este tipo de operativos´”.

Entre llantos, Carlos evocó a Margarita: “solidaria, le gustaba mucho ayudar, siempre pendiente de que todo estuviera bien. Estudió Artes. Nuestra actividad política no era subversiva, ella estaba un poco más comprometida. No consideramos peligroso el clima para mediados de 1978, por eso nos quedamos, podríamos habernos ido”.

viernes, 12 de octubre de 2012

085-M: Desapariciones de Gladys Castro y Walter Domínguez. 053-M: Desapariciones de Antonia Campos y Antonio Alcaráz, secuestro de Martín Alcaráz

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11-10-2012 | Dos testimonios, Martín Alcaráz -hijo de Antonia Campos y José Antonio Alcaráz, desaparecidos- y Angelina Caterino -madre de Gladys Castro, embarazada, desaparecida- transmitieron la profundidad de las relaciones y las búsquedas. El relato de Alcaráz abrió la causa 053-M. Otros dos testimonios -de ex policías del D2- dejaron inferir rasgos del funcionamiento acerca de “Informaciones” en ese Centro clandestino.

Siempre la esperanza
Angelina Caterino de Castro y José Fermín Castro tenían seis hijos en 1977, los tres menores vivían en la casa familiar de calle 25 de mayo en Dorrego. Su hija Gladys se había casado dos años antes con Walter Domínguez y ambos vivían en calle Luzuriaga de Godoy Cruz, de donde fueron secuestrados el 9 de diciembre de aquel año. Gladys tenía un embarazo de seis meses. Angelina supo de los secuestros por sus consuegros que hallaron rota la puerta de acceso al jardín del domicilio -luego reparada por Osiris Domínguez (p)- tras hallar todo revuelto. Por una vecina y la hija aledañas al matrimonio -que fueron testigos de los hechos y con las que tuvo contacto durante unos meses- se enteró que más de cuatro hombres encapuchados y armados descendieron desde dos vehículos comunes a las tres de la mañana e ingresaron a la casa. Las vecinas oyeron los gritos de Gladys pidiendo auxilio, preguntando por qué los llevaban si no habían hecho nada. Alcanzaron a ver que se la llevaban en bata.

José Fermín radicó la denuncia infructuosa en la comisaría 25, presentó el rechazado habeas corpus y se ocupó de denunciar y buscar (“cada quince días se arrimaba por el Comando” -VIII de Brigada de montaña, en cuyo escritorio de ingreso al edificio, un uniformado le dijo: “se lo habrá llevado algún compañero suyo”). Angelina siguió averiguando con sus consuegros (se enteró del operativo paralelo al de su hija y su yerno en casa de los Domínguez) y cuidó de sus hijos más chicos enfermos.

“Ella era muy inteligente, fue cuadro de honor en la secundaria en el Martín Zapata. Con Walter se conocían del barrio, hubo noviazgo, llevaban casi dos años casados. Ella trabajó en una farmacia, en un negocio de ropa y en una panadería, estudiaba Bellas Artes. El estudiaba arquitectura y trabajaba en Pescarmona, nunca me comentó si estuvo en el Partido Comunista Marxista Leninista (PCML)”, reseñó Angelina acerca de su hija y de su compañero.

Sobre el cerco represivo cada vez más patente, Angelina recordó: “en la facultad secuestraron a un amigo de Walter, había rumores de desapariciones y persecuciones, para diciembre de 1977 ella tenía mucho miedo y más, embarazada de seis meses. Diez días antes había estado en Chile y me dijo, ´me gustaría irme con el papi´. Andaban con miedo por otros chicos que se habían llevado”.

“Tenía esperanzas que los largaran, hoy están desaparecidos”, dijo Angelina sobre Gladys y Walter. Respecto al alumbramiento de su hija -su nieta o nieto- explicó: “Lo esperaba todas las noches, siempre la esperanza, me lo van a traer, lo van a dejar en la puerta. Nunca pasó, no sé si lo habrán dado a otra persona, si habrá nacido bien”. 

Relevancias
“Siempre trato de seguir construyendo la historia, no sé si será relevante”, expresó Martín Antonio Alcaráz en mitad de su testimonio, mientras relataba las historias de Antonia Adriana Campos -su mamá, desaparecida-, José Antonio Alcaráz -su papá, desaparecido-, María Silvia Campos -su tía, desaparecida- y la suya -secuestrado a los diez meses de edad en el operativo que atentó contra sus padres-. “Claro que es relevante”, lo alentó el fiscal Dante Vega. Al comienzo Vega le había dado lugar: “Usted testimonió el año pasado en relación a la desaparición de su tía, ofreció todo un perfil de su vida, ahora le pedimos lo mismo respecto a sus padres y su familia":

“Nací el 7 de febrero de 1977. Ellos se conocieron en San José, eran vecinos, se casaron dos años antes de ser secuestrados, vivían en calle Juan Godoy de Godoy Cruz, él tenía 20 años, ella 22. Mi papá era muy buen compañero de mi mamá. La acompañaba mucho. Ella -estudiante de medicina- era más de ayudar, él -como conocía de imprentas- colaboraba con el material gráfico. Silvia y Antonia eran muy compinches, con convicciones de izquierda, compartían lecturas. En el 75 empezó el miedo. Antonia se ocupó demasiado tras la desaparición de Silvia”, relató Martín. Adriana -hermana menor de Antonio, cercana a sus actividades- le contó que “siempre andaban con folletería” y recordó un campamento en Bermejo donde el grupo habló de política. A su vez, Cecilia Vera -hija de Rodolfo Vera, desaparecido durante ese diciembre-, a través de su madre Mirta Hernández -que conoció al matrimonio- le comentó la probable relación entre las desapariciones de la pareja con las del grupo de militantes del PCML (causa 085-M), donde según  Hernández “militaban y se organizaban celularmente”.

Martín dejó en claro que los secuestros se produjeron el 6 de diciembre de 1977; que al otro día hacia la medianoche fue dejado en una caja en la casa de sus abuelos maternos; que los hechos fueron “procedimientos del gobierno militar”; y que -según su abuelo paterno- sus padres habrían sido desaparecidos en el D2. “Esa madrugada nos secuestraron. Mi papá trabajaba con mi abuelo materno en San José. Se preocupó por su atraso ese día -Silvia había sido secuestrada un año y medio atrás: la misma novela anterior-. Fue hasta la casa, la encontró saqueada, con la puerta rota. Según vecinos, la policía se llevó las cosas”.

Otro vecino, Mario Gómez -además amigo de Antonio-, presenció cuando dejaban a Martín en casa de sus abuelos maternos: “un par de Falcon sobre calle Pedernera bajaron un bulto y lo dejaron en la vereda. El vecino esperó a que se fueran, fue él quien golpeó la puerta de la casa”. Por secuencias de recuerdos, de comentarios, Martín contó que su abuela materna se quedó sin habla, que lo llevaron a la vuelta a casa de sus abuelos paternos, donde entre todos lo revisaron porque parecía dopado, sin reacción, no lloraba. “Vaya a saber el circuito turístico que he hecho en esas 24 horas”, se permitió sonreir.

“Todo esto desarmó la familia. Las tres desapariciones, la persecución, atravesaron a toda la familia.” Los Alcaráz en completo vieron alteradas sus vidas. Para 1979 se fueron dejando afectos las hermanas sobrevivientes. El temor, la vigilancia contrariaron el porvenir de los abuelos. “Hoy tengo mi familia, mis hijos, pero no mi mamá, ni mi papá, ni mi tía”, enseñó Martín a sus 35 años.





Otras máquinas del segundo piso
Las divisiones o departamentos D5 -“Archivos judiciales” de la Policía de Mendoza- y D2 -“Informaciones” de la Policía de Mendoza- compartieron espacio físico en el Palacio Policial y también la distribución de tareas en lo concerniente a la remisión y reasignación de información contenida en los prontuarios civiles destinados al servicio de la represión ilegal. En el subsuelo estaba el D5, con los legajos conformados y antecedentes de los habitantes de la Provincia. En el segundo piso, además de la “sala de reunión de detenidos” y del área de calabozos clandestinos del D2, funcionaban oficinas “administrativas” con archivo propio, secreto (contenido en varios armarios), en las cuales se procesaban los prontuarios indicados por los “jefes”. Una “mesa de entrada y los escritorios al fondo” constituían el ámbito de trabajo.

El reciente testimonio del ex policía Jorge Rivero -a cargo del archivo D5 durante la dictadura- según el cual eran cuatro las personas encargadas del movimiento de legajos entre secciones; y el Libro de constancias de las devoluciones que el D2 hacía al D5, motivaron la citación a declarar de otros dos ex policías que se desempeñaron allí, Carlos Faustino Álvarez y Miguel Angel Salinas.

El habitual silencio cómplice de los otrora uniformados, el decir sin decir, la desmemoria, el refugio en el argumento de “sólo realizar funciones administrativas”, la descarga de responsabilidades en jefes que no se nombran, o se nombran porque están fallecidos, dominó el hilo de ambas declaraciones. Sin embargo, la indagación del abogado Pablo Salinas, representante por el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos -MEDH- , sobre todo respecto al testigo Salinas, menos reticente, permitió dar cuenta de que:

-En un papelito, o ficha mínima, expedido en “Informaciones” por los oficiales Félix Andrada y Ricardo Couto (y en algunas oportunidades por “jefes”) se solicitaban los prontuarios a investigar. Álvarez y Salinas (“estábamos para los mandados”) bajaban, recibían los legajos, firmaban en el Libro de salidas del D5, volvían al segundo piso, remitían los legajos a sus superiores que tenían plazos no mayores a 48 horas para devolver los expedientes (aunque había casos de prontuarios en poder del D2 durante semanas), estos eran reasignados por el plantel de escribientes en cuanto a información (se agregaba alguna clave que date destino de la persona, direcciones nuevas, relaciones), para finalmente ser entregados al subsuelo, tras la firma de Rivero en el Libro del D2.

-“Todos pedían información al D2, Ejército, Fuerza Aérea”. También “había prontuarios propios del D2". Era el jefe encargado -Andrada, Couto- el que ordenaba los legajos a referenciar. Se agregaban recortes de prensa, información “pública”; se actualizaban las fichas. Tanto el D2 y el D5 funcionaban de modo permanente, con turnos nocturnos ante las urgencias. El personal policial designado para las funciones de correo y manipulación de datos era “el más rápido en el manejo de ficheros y de las máquinas de escribir en el segundo piso”.

-De los imputados en el juicio y cercanos o partes del funcionamiento del centro clandestino, los testigos reconocieron a los jefes Aldo Patrocinio Bruno, Ricardo Miranda Genaro, Alsides París Francisca, Agustín Oyarzábal (“Titín, muy distinto de los demás"), Armando Fernández Miranda y Venturino. Otros indicados fueron Rondinini, Pablo “Negro” Gutiérrez, Ricardo Vásquez, Carmen Juri, Alfredo Edgar Gómez, el “Pájaro” Rodríguez Vásquez, el “Ruso” Smaha, Josefina Rita Gorro y el “Viejo” Manuel Bustos.

sábado, 6 de octubre de 2012

Un año después: Sofía D´andrea hace presentes a la justicia y a compañeras y compañeros

El sabor de la sentencia
06-10-2012 | Los imputados entraron en fila como en su historia pasada y estallaron los flashes, todo indicaba que se había subsanado el inconveniente que demoró la audiencia. Luego -“de pie”-, dijo una secretaria y entró el Presidente escoltado por sus dos colegas; tomó asiento, agradeció el clima de respeto mantenido a lo largo de once meses, se colocó los anteojos y leyó el fallo. Entonces se conoció la primera sentencia condenatoria por crímenes de Lesa Humanidad en la ciudad de Mendoza; sucedió a los seis días del mes de octubre del año dos mil once.

Cayó todo el rigor de la ley sobre cuatro miembros del Departamento 2 de Informaciones de la Policía de Mendoza: Luis Rodríguez, Juan Oyarzábal, Eduardo Smaha y Celustiano Lucero. Los dos primeros fueron jefes; el “ruso” Smaha era enlace de Inteligencia con el Ejército y el “mono” Lucero trascendió por haber asesinado a Paco Urondo de un golpe en la cabeza. Todos condenados a cadena perpetua en cárcel común.

Los otros dos acusados tuvieron mejor suerte, el entonces teniente con vocación de verdugo Dardo Migno fue condenado a 12 años por la privación de la libertad y tormentos infringidos contra don Angel Bustelo, ya sexagenario por esos días; mientras que su camarada del Ejército, Paulino Furió fue absuelto en la Causa por la desaparición de Jorge Fonseca.

Casi un año atrás, el 17 de noviembre de 2010 se había iniciado el tratamiento de más de treinta crímenes que incluían veinticuatro desapariciones pero a lo largo de los once meses fueron apartados del juicio varios acusados, como Luciano B. Menéndez  y otros jefes; por ende cayeron las causas que se les atribuían. A la hora de la verdad, la sentencia correspondió a siete desapariciones, la de Ricardo Sánchez Coronel; el matrimonio Rafael Olivera-Nora Rodríguez Jurado; Salvador Moyano; Jorge Fonseca; Rosario Aníbal Torres y Alicia Cora Raboy, compañera  Francisco”Paco” Urondo; además se juzgó el homicidio del poeta  quien fue muerto en el momento de su apresamiento. Finalmente, se trató el allanamiento ilegal a Arturo Rodríguez y la detención ilegal de Ángel Bustelo .

Dos de agosto de 2012: imputados, inicio Tercer Juicio por delitos de lesa humanidad, Mendoza
Escenas para el recuerdo
Acorde con la trascendental jornada, la sala de audiencias de Tribunales Federales lucía repleta de las y los directos involucrados, observadores y la  infaltable prensa. Un grueso blindex separaba el área destinada al público de la ocupada por abogados, fiscales, imputados, Jueces y secretarias; a través del vidrio se imponía la solemnidad del Tribunal ubicado tras un  macizo escritorio en roble oscuro con el escudo argentino tallado  en madera. El conjunto se elevaba en una plataforma dos peldaños por encima de todos los presentes, para que no haya dudas sobre el lugar de la autoridad; desde allí, el Presidente del Tribunal, Juan Antonio González Macías, leyó el fallo . 

Dentro de esa pecera, a ambos lados del estrado, convivían moros y cristianos. A la izquierda nuestros aguerridos abogados de la querella y la fiscalía, dispuestos juntos, en una misma línea de escritorios. En los extremos los escoltaban dos brillantes mujeres: una querellante y otra secretaria del Fiscal. Espacio de por medio, frente a ellos en una primera línea,  los abogados defensores, y detrás, tres de los acusados: Lucero, Smaha y Furió.


Y de este lado, en las primeras filas, había personalidades y algunos funcionarios siempre dispuestos a la foto de ocasión; a sus espaldas, a sala repleta, la presencia más intensa fueron los compañeros, compañeras y familiares, enarbolando a los suyos; los más, los que cultivamos durante décadas la certeza que este día debía llegar y sería inscripto en nuestra historia porque los genocidios no se pueden ocultar bajo la alfombra.

El día llegó, comenzó a despuntar ese 6 de octubre en que nos vestimos para la celebración, suerte de  corolario de largos meses en los que lo soterrado, lo sucedido en los años ’70, fue iluminado en la palabra de los personajes reales;  fue contado y sufrido por testigos y familiares.

En un clima de intensa ansiedad comenzó la audiencia y bajo un mismo impulso se agitaron las pancartas con los rostros de nuestros compañeros, rasgos en negro sobre fondo blanco con letras al pie que los y las  nombran. Hubo un silencio espeso durante la breve lectura del acta. Luego se escuchó la sentencia y un  grito nombró a nuestros 30.000 desaparecidos; después todo fue algarabía y regocijo: vitoreamos, reímos, besamos mejillas húmedas y nos apretamos. De reojo, observamos a los represores que se retiraban en fila, con la mirada al suelo como matones en caída, desnudos de su único atributo: llamar al miedo; reducidos a meros delincuentes camino a la condena .

Bajamos hacia la claridad de esa mañana soleada; ya en la calle nos reconocimos en abrazos, sonrisas y lloramos de felicidad. Así, las penas, penitas nuestras, tan adentro, tan fuerte pegadas al pecho, ese día se fueron en llanto, en agüita salada, rodaron por las escaleras de la explanada para llegar al sumidero que se tragó 35 años de humillaciones e indiferencia, dicha sólo posible con un retazo de justicia.